Desmontar el legado colonial pareciera requerir de una operatoria más
compleja que la de remover sus símbolos y reemplazarlos por nuevos. Aunque el
monumento a Colón ya no esté en el entorno de la casa de gobierno, su imagen allí
prevalece intacta en la memoria colectiva. ¿Cómo producir mutaciones más prolíficas
para el imaginario social? Alexis Minkiewicz ensaya respuestas posibles desde la
fabricación de contra-alegorías que nacen de alterar la narrativa de los monumentos
oficiales.
En el centenario de la inauguración del Colón de Arnaldo Zocchi, Minkiewicz
produce para la Manzana de las Luces una versión propia, impía y desmembrada. A
unas cuadras del emplazamiento original -en uno de los pocos edificios de la colonia
que sobrevivieron a la pulsión argentina por la demolición del pasado- erige un
monumento desviado. Del grupo escultórico, desaparecen las referencias a los Reyes
Católicos y a la Iglesia. Como víctima de un naufragio, un Colón submarino se entrega a
una orgía con dos pulpos en una cita a El sueño de la esposa del pescador de Hokusai; el
ángel que señala al futuro -la conquista gloriosa- deviene una suerte de Ícaro desalado que,
como un voyeur, apunta a esta escena grotesca y atemporal. Los marineros, en vez de
subir carga al barco, permanecen imbricados en un forcejeo ambiguo.
La irreverencia en las mutaciones iconográficas, el pliegue de la narrativa
heroica sobre sí misma y la rica intertextualidad con la historia del arte y con los
diversos tránsitos del monumento nos permiten pensar a esta obra como un
resurgimiento de la tradición disidente del neobarroco latinoamericano. Se asienta un
juego de espesuras polisémicas, de apasionamiento por el exceso y el artificio, que
rompen con una visión monolítica de la identidad para abrir lugar a otros mitos
fundacionales que disputan el relato oficial.
Complejo Histórico Cultural Manzana de las Luces, patio de procuraduría.
Curaduría BIENALSUR / Diana Wechsler y Leandro Martínez Depietri